viernes, 15 de agosto de 2008

Inmersión en el medievo

La escapada de fin de vacaciones nos llevó el domingo a Tallín, la capital estonia, adonde llegamos en ferry desde Helsinki tras un viaje previo en tren desde Tampere. El ferry, de Viking Line, era un mastodonte de los numerosos que se dedican a esta labor en el mar Báltico, comunicando Dinamarca, Suecia, Finlandia y las repúblicas bálticas. En la práctica es casi un centro de ocio ambulante con restaurantes, discoteca, tiendas, tragaperras, bar, etcétera, sin que exista ningún espacio exclusivo para estar sentado sin más. Tienes que elegir cualquiera de las ofertas, con la nada secreta intención de que el viajero consuma durante las dos horas y media de viaje. El barco iba a tope o al menos lo parecía, incluyendo como siempre finlandeses que se desplazan unas horas a Tallín para adquirir licores o tabaco más baratos que en su país.
A Tallín llegamos bajo un auténtico diluvio, lo que nos obligó a esperar unos minutos antes de acercanos al hotel. Suerte que lo habíamos buscado a unos cientos de metros de la estación marítima. Como dejó de llover de inmediato nos fuimos a recorrer la ciudad ya que solo teníamos esa tarde pues al día siguiente a primera hora salíamos en bus para San Petersburgo.Tal y como nos habían contado, la ciudad histórica de Tallín (el uno por ciento de la urbe actual) se recorre con facilidad y tiene un encanto especial. Realmente, el viaje mereció la pena. Es como una joyita que en su momento pertenecía a la liga de ciudades hanseáticas y su estructura urbana responde a su configuración como centro comercial de la edad media, organizada en gremios y totalmente fortificada. El centro histórico es relativamente amplio y lo constituyen un conjunto de calles alargadas que terminan en el castillo y la catedral ortodoxa y luterana, en uno de sus extremos, y en el otro las inmediaciones del mar. Esta es una foto de la ortodoxa, que es de finales del siglo XIX y en ella caben hasta 1.500 personas. Está en una colina llamada Tompea. En el centro de la ciudad está la imponente plaza del ayuntamiento. La impresión que sacamos al poco rato es que tanta belleza junta parecía casi artificial y te llevaba a pensar en un parque temático... pero no, era de carne y hueso, o al menos de ladrillo y madera. Pese a tratarse de la tarde de un domingo había una gran animación. Numerosos grupos de turistas abarrotaban las calles junto con algunos otros, como nosotros, que iban por libre. Estaba abierta la oficina de turismo, numerosas tiendas y por supuesto todas las relacionadas con artesanía, souvenirs y demás. Una vez que nos situamos y tras agenciarnos un plano y una guía la cosa resultó sencilla. Pasamos un buen rato en la plaza del Ayuntamiento, el único que se conserva de la edad media en todo el norte de Europa, y después callejeamos a nuestro gusto. Es un imponente y bellísimo edificio que a nosotros nos recordó algo a algunos palacios venecianos.
También nos acercamos a la conocida como farmacia municipal, que ha estado abierta cinco siglos y medio. Ya existía en 1422 y aparte de herbolario vendía entre otros remedios piel de víbora, sangre de gato negro o murciélagos en polvo. Igualmente, muy cerca del ayuntamiento asistimos un rato a una misa luterana que ofrecía en inglés un pastor en la iglesia del Espíritu Santo, un sitio maravilloso. En su día era un templo para la gente pobre y su característica era la llamada "biblia del pobre", una amplia serie de pinturas sobre temas bíblicos cuya finalidad era que pudieran comprenderlo los iletrados. Cuenta con un precioso reloj que da la hora a los tallineses desde el siglo XVII y que se puede ver en la imagen. Ese día desde luego estaba en hora. La siguiente foto es del pasaje de Santa Catalina, una zona muy agradable que, originalmente, era un patio medieval, romántico y un poco cochambroso hasta que en 1994 un grupo de artistas tomaron la zona, la sanearon y abrieron tiendas artesanales en los bajos de las casas que, en gran medida, se conservan. También recorrimos parte de la muralla, cuya construcción comenzó en el siglo XIII. De sus 66 torres se conservan dos docenas, y nos enteramos de la historia que rodea a la de planta cuadrada de la imagen conocida como "de la doncella". Como el nombre no puede ser correctamente explicado por los historiadores la mayoría de las veces se recurre a un chiste verde según el cual era un reformatorio para doncellas arrestadas por prostituirse: cuando volvían a ser "vírgenes" se podían marchar. Vamos, todo un milagro. Después de muchas vueltas despedimos la visita nuevamente en la plaza del Ayuntamiento, donde existen numerosas terrazas con suelo de madera y grandes sombrillas cuadradas que las cubren en su totalidad, bajo una de las cuales cenamos muy bien en plan un poco nueva cocina . Como el tiempo por allí es el que es (aunque ese día hacía sol y calor) cuentan además con unos radiadores en los ejes de las sombrillas para templar el ambiente y cuando desapareció el sol comprobamos su utilidad. También en algunos de los sillones de mimbre había unas mantitas de viaje que Ana, por supuesto, utilizó.
Y como colofón , esta curiosa escultura que estaba en el muro de un museo y que no sabemos a quien corresponde. Finalmente, tras una tarde estupenda, nos recogimos pronto en el hotel por aquello del cansancio del madrugón y nos preparamos para nuestra experiencia rusa al día siguiente.

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