Hemos estado algo más de dos días en San Petersburgo y creemos habernos hecho un idea de la ciudad, forzosamente superficial pero no por ello alejada de la realidad. Es sabido que se trata de una urbe moderna, de poco más de 300 años de existencia y creada de forma artificial por decisión real. Pese a ello el esfuerzo de los zares rusos, la elevadísima inversión y la presencia de los mejores arquitectos la convirtieron en una ciudad más que atractiva y se dice que la más europea de las ciudades rusas. Esta es una vista de uno de los puentes sobre el río Neva, cerca del Hermitage.A mayores, a nosotros nos pareció un lugar duro, donde todo está masificado, con un gran nivel de deterioro salvo las zonas claves del centro y en la que sus moradores no parecían muy satisfechos de vivir. Éso o que, a juzgar por sus caras, están permanentemente tristes o cabreados . San Petersburgo tiene los mismos habitantes que toda Finlandia junta. El personal o andaba a la carrera en silencio, sin prestar atención al de al lado y, salvo excepciones, que las hubo, sin ganas de facilitar las cosas al visitante. En general gente sin alegría . Si a esto le unimos el intento de desvalijamiento del bolso de Ana (que abortamos cuando ya se habían hecho con algunas cosas inútiles) se comprenderá que disfrutamos de la visita y también al marcharnos pensando que venir en plan viaje organizado puede, en este caso, facilitar algunas cosas. Por lo demás, el alfabeto cirílico ruso, la circunstancia de que casi nadie habla inglés y que en los monumentos y demás no hay información en otra cosa que no sea ruso (salvo el precio, eso sí, pero no los descuentos) quizás ayude a comprender nuestro punto de vista. Hablando de vistas, ésta es la que hay desde la torre de la catedral de San Isaac. VIAJE EN BUS
A lo anterior es preciso añadir que al viajar en autobús desde Tallín (el lunes de 10:15 a 19:00 y el miércoles de 23:35 a 06:40) nos permitió también echar un vistazo a la trastienda y a la vida cotidiana de la zona, algo que si se viaja en avión y por supuesto en grupo siempre queda oculto. Los viajes fueron muy interesantes además de un poco palizas. El autobús, de origen chino y que no nos resistimos a mostrar, era como mínimo "demodé" y con aspecto un tanto guarrillo, y se tiraba todo ese tiempo para recorrer una distancia inferior a 400 kilómetros. Obviamente, carreteras normalitas del todo y en la zona rusa plagadas de baches, tantos que en el regreso el bus se cambiaba de lado para evitarlos pero como era de noche, no había tráfico y tampoco riesgo. En este desplazamiento el vehículo llevaba dos conductores, el titular y el "gerente", según denominación de Juanma. El primero conducía y el otro se encargaba del cobro a los que montaban por el camino aunque no daba a nadie ningún recibo y se metía directamente la pasta en el bolsillo.
Para disponer de espacio, el "gerente" se había reservado los cuatro primeros asientos, que no se ocuparon ni a la ida ni a la vuelta; dos los utilizaba como oficina con su escritorio y todo (en la foto) y los otros para espatarrarse, cosa que hizo con frecuencia. Por lo demás, en cada parada, y había la tira, sobre todo en el lado estonio, aprovechaban para fumar como descosidos. Afortunadamente, en el bus nadie lo hizo, lo que fue un verdadero alivio. No nos gustó nada el trato que daban ambos a los pasajeros, a pesar de que nosotros no entendíamos nada, aunque a ninguno se le ocurrió quejarse lo más mínimo. Da la impresión de que se mantienen los hábitos en el sentido del máximo respeto a la autoridad.
ADUANAS
Los pueblos en los que paramos en Estonia carecían del menor interés. Formados por bloques de viviendas de tres y cuatro alturas más algunas casas diversas, parecían pequeñas localidades venidas a menos con algunos comercios para nosotros decadente. El nivel de conservación de los edificios y su calidad era manifiestamente mejorable. Sin embargo las carreteras eran mucho mejores que en Rusia.
La parada más interesante de todas fue el paso de la frontera, una verdadera inmersión en una realidad para nosotros desconocida. Minuto arriba o abajo, fue hora y media en cada caso, en su mayor parte en la zona rusa, aunque al regreso los guardas estonios se alargaron al chequear el equipaje de algunos rusos. Primero mostrar el pasaporte, después cuerpo a tierra cada uno con su equipaje, el de mano y el depositado en los bajos del bus. Uno por uno ante un guardia que Ana supuso que se le acababa de morir alguien por la tensión y falta de amabilidad que evidenciaba su gesto y su manera de dirigirse a la gente. Otra poli en la cabina de al lado, muy minifaldera de ella, pegó un verdadero ladrido para que el personal se colocara en la cola como es debido. Eran las tres de la mañana a la vuelta y unos italianos tuvieron que despertar a su bebé y bajarla del autobús con todo su equipaje.
Un gato que se paseaba por la frontera a esas horas intempestivas planteó una duda:"Ese gato, ¿Es ruso o estonio?" y una respuesta: "Mírale los huevos, si tiene tres, es ruso".
La entrada en la ciudad debió coincidir con el fin de la jornada laboral por el fenomenal atasco de tráfico. Estuvimos más de una hora en sucesivas retenciones, lo que nos permitió observar la ciudad periférica, ésa que normalmente no ven los turistas. Además de barrios más o menos modernos o cutrosos de bloques de hasta veinte alturas éso sí con bastantes zonas verdes, había otras casas más antiguas casi al borde de la ruina. El final de la ruta para nuestra sorpresa fue en la Baltic Station, como estaba anunciado, pero en al calle, en un andén sin ni siquiera marquesina.
A partir de aquí lo que podamos contar viene en las guías y realmente merece mucho la pena. El primero de los dos días lo dedicamos a callejear por la ciudad empezando por la avenida Nevski, arteria central de varios kilómetros donde se encuentran la mayoría de los palacios y edificios señoriales excluyendo los del extrarradio. La ciudad tiene varios canales por los que pasean barcos llenos de turistas y todos confluyen en el río Neva. Tras un paseo visitamos la iglesia de la Resurrección aunque se le conoce más por El Salvador sobre la Sangre, ya que se levantó en el lugar donde fue asesinado el zar Alejandro II en 1881. Es un tempo impresionante, con todo el interior forrado de mosaico y en el se utilizaron todo tipo de mármoles y piedras semipreciosas. Las fotos que ofrecemos no son tan buenas como las de la guía ya que ellos pudieron hacerla cuando no había nadie y nosotros con el recinto atestado. Por cierto, en todos los sitios además de la entrada hay que pagar un plus para poder hacer foto; tras ello te colocan una peganita en la máquina para que nadie te moleste. ¡Increible! En total son 6.600 metros cuadrados de mosaico y ni una sola obra pictórica.Lo cierto es que en esta iglesia hay que pagar porque oficialmente es un museo, lo mismo que ocurre con todas las que no han sido devueltas a la iglesia ortodoxa. Por el contrario, en la visita a la Catedral de Kazán, también muy interesante, la entrada es libre y presenciamos un culto con coro durante un rato.
Poco después hicimos el amago de visitar el Hermitage, pero una cola kilómetrica nos lo impidió pues llegamos a la conclusión de que no íbamos a poder entrar antes de la hora prevista para el cierre.La mayoría de los turistas eran . Los que van en viajes organizados no tienen problemas, con una entrada especial para ellos.Por tanto, nos conformamos con recorrer su exterior y la enorme plaza del Palacio que junto río Neva encajonan este museo y el palacio de Invierno. Nos llamó la atención aquí la constante llegada de limusinas con novias para hacerse fotos en uno de los extremos del museo. Era un martes y no llegamos a enterarnos si era fiesta o qué pasaba, pues por muy Rusia que fuera suponemos que las bodas se celebran también en fin de semana. No obstante, al día siguiente pasamos por aquí y también vimos una boda, así que no sabemos que pensar.
De aquí nos dirigimos a la catedral de San Isaac concebida como el mayor templo del imperio ruso con sus 101 metros de altura y 40 años de obras (1818-1848). Entre los monumentos similares es el cuarto en altura del mundo detrás de San Pedro de Roma, San Pablo de Londres y Santa María del Fiore de Florencia. Como en estos tres ya habíamos estado y llevábamos una mañanita de iglesias decidimos subir a la torre y dejar la iglesia pues cobraban por separado.
PETERHOF
¡ HASTA LA PRÓXIMA ! ,
A lo anterior es preciso añadir que al viajar en autobús desde Tallín (el lunes de 10:15 a 19:00 y el miércoles de 23:35 a 06:40) nos permitió también echar un vistazo a la trastienda y a la vida cotidiana de la zona, algo que si se viaja en avión y por supuesto en grupo siempre queda oculto. Los viajes fueron muy interesantes además de un poco palizas. El autobús, de origen chino y que no nos resistimos a mostrar, era como mínimo "demodé" y con aspecto un tanto guarrillo, y se tiraba todo ese tiempo para recorrer una distancia inferior a 400 kilómetros. Obviamente, carreteras normalitas del todo y en la zona rusa plagadas de baches, tantos que en el regreso el bus se cambiaba de lado para evitarlos pero como era de noche, no había tráfico y tampoco riesgo. En este desplazamiento el vehículo llevaba dos conductores, el titular y el "gerente", según denominación de Juanma. El primero conducía y el otro se encargaba del cobro a los que montaban por el camino aunque no daba a nadie ningún recibo y se metía directamente la pasta en el bolsillo.
Para disponer de espacio, el "gerente" se había reservado los cuatro primeros asientos, que no se ocuparon ni a la ida ni a la vuelta; dos los utilizaba como oficina con su escritorio y todo (en la foto) y los otros para espatarrarse, cosa que hizo con frecuencia. Por lo demás, en cada parada, y había la tira, sobre todo en el lado estonio, aprovechaban para fumar como descosidos. Afortunadamente, en el bus nadie lo hizo, lo que fue un verdadero alivio. No nos gustó nada el trato que daban ambos a los pasajeros, a pesar de que nosotros no entendíamos nada, aunque a ninguno se le ocurrió quejarse lo más mínimo. Da la impresión de que se mantienen los hábitos en el sentido del máximo respeto a la autoridad.
ADUANAS
Los pueblos en los que paramos en Estonia carecían del menor interés. Formados por bloques de viviendas de tres y cuatro alturas más algunas casas diversas, parecían pequeñas localidades venidas a menos con algunos comercios para nosotros decadente. El nivel de conservación de los edificios y su calidad era manifiestamente mejorable. Sin embargo las carreteras eran mucho mejores que en Rusia.
La parada más interesante de todas fue el paso de la frontera, una verdadera inmersión en una realidad para nosotros desconocida. Minuto arriba o abajo, fue hora y media en cada caso, en su mayor parte en la zona rusa, aunque al regreso los guardas estonios se alargaron al chequear el equipaje de algunos rusos. Primero mostrar el pasaporte, después cuerpo a tierra cada uno con su equipaje, el de mano y el depositado en los bajos del bus. Uno por uno ante un guardia que Ana supuso que se le acababa de morir alguien por la tensión y falta de amabilidad que evidenciaba su gesto y su manera de dirigirse a la gente. Otra poli en la cabina de al lado, muy minifaldera de ella, pegó un verdadero ladrido para que el personal se colocara en la cola como es debido. Eran las tres de la mañana a la vuelta y unos italianos tuvieron que despertar a su bebé y bajarla del autobús con todo su equipaje.
Un gato que se paseaba por la frontera a esas horas intempestivas planteó una duda:"Ese gato, ¿Es ruso o estonio?" y una respuesta: "Mírale los huevos, si tiene tres, es ruso".
Una vez que todos fuimos controlados ( tanto rollo pero daquela maneira, sin que los rusos revisaran nunca los equipajes) vuelta al bus en el que unos guardias habían controlado los bajos con un espejo, linternas y toda su parafernalia . Todavía hubo dos paradas más antes de salir del recinto para que los chóferes entregaran papeles en otros puestos. Para dar mayor impresión de seriedad, todo el margen de la carretera estaba vallado y reforzado en su parte superior con alambre de espino. Enfin, un agobio tal que cuando al fin salías de allí por la última de las innumerables barreras, te sentías como si hubieras acabado la maratón. Una cosa realmente sobrecogedora. Por supuesto, todo en ruso, ni una palabra en algo con lo que pudiéramos entendernos.
El recorrido rural que hicimos desde el autobús al entrar en Rusia en nada se parecía, como era de esperar, a la pulcra Finlandia de la que veníamos, llena de laguitos encantadores, casas preciosas con su buzón como de cuento, flores en las ventanas, camas elásticas para los niños en el jardín, casetitas para anidar los pájaros.....o sea, nada que ver: muchas casas con aspecto de venirse abajo a la primera de cambio, que más parecían corrales, basura, aspecto poco ordenado....
LLEGADA A S.P.La entrada en la ciudad debió coincidir con el fin de la jornada laboral por el fenomenal atasco de tráfico. Estuvimos más de una hora en sucesivas retenciones, lo que nos permitió observar la ciudad periférica, ésa que normalmente no ven los turistas. Además de barrios más o menos modernos o cutrosos de bloques de hasta veinte alturas éso sí con bastantes zonas verdes, había otras casas más antiguas casi al borde de la ruina. El final de la ruta para nuestra sorpresa fue en la Baltic Station, como estaba anunciado, pero en al calle, en un andén sin ni siquiera marquesina.
Estábamos un poco condicionados por el tiempo, ya que en el minihotel (muy típico de S.P.) que teníamos reservado habían insistido en conocer la hora de llegada para esperarnos. Esta es una foto ya del día siguiente en la fortaleza de Pedro y Pablo:
METROEl metro lo teníamos en la misma estación e hicimos una larga cola (los rusos parecen muy habituados a las colas) para comprar un ticket de 10 viajes. La cajera, que hablaba un correctísimo ruso pero no inglés, se extrañó (todo por gestos, claro) que quisiéramos uno para cada uno. Lo hicimos así por que no teníamos forma de saber si del mismo ticket podíamos ir gastanto los dos a la vez y no queríamos problemas. Y es que en todos los accesos hay un vigilante y un poli controlando los tornos , por lo que colarse es imposible. Nos dió 20 fichas de cierto tamaño (luego supimos que se llaman "jetones"). Las escaleras de acceso desde la estación a los andenes nos causaron un fuerte impacto: son enormes, más o menos como si en El Corte Inglés hubiera una del sexto piso al bajo, y en el centro han colocado farolillos cada poco. Es el metro más profundo del mundo y parece ser que se concibió también como refugio antibombardeos. En cualquier caso, todas las escaleras tienen una vigilanta en la parte inferior cuyo trabajo es mirar y mirar, por lo os podéis imaginar su careto de puro aburrimiento, toda vez que está embutida en una especie de "jaula" deprimente. Como siempre hay tres y hasta cuatro escaleras, para los momentos puntuales y como reserva, ellas se encargan de activarlas y de controlar cualquier incidencia... vamos, un trabajo que realiza de caray. Dentro, el metro es muy diferente en su decoración a los que conocemos y nos gustó mucho. No obstante, si Ana no llega a llevar desde España el listado de estaciones en cirílico y en latino no sé qué hubiéramos hecho. Aún así costaba diferenciar unas de otras, pero obviamente nos apañamos y llegamos. Este mismo problema se planteaba con los nombres de las calles, casi como si estuviéramos en China o Japón.
El hotelito también tenía truco. En la calle había un portero automático y no acertábamos a llamar al piso. Si no llega una chica y nos aclara que existe una clave podíamos haber estado una hora, pero curiosamente en la correspondencia con el hotel nunca nos lo dijeron. Sin embargo, el momento de impacto llegó al entrar en el portal. Era casi un estercolero, humedo, viejo, sucio a lo bestia, lleno de pintadas en las paredes, ventanas andrajosas... Nos quedamos de piedra pensando que nos esperaba arriba. Sin embargo, al abrirse la puerta entramos en otro mundo: un hotelito absolutamente normal, limpio y de buen aspecto con sólo cinco habitaciones. La nuestra era muy decente y el desayuno, al día siguiente, bien. No hace falta decir que respiramos aliviados. Nos recibió una rusa bastante agradable (!) y en el saloncito estaban sentados cuatro jóvenes que después resultaron ser residentes en Madrid y, uno de ellos, de Redondela!. Nos contaron sus andanzas por Moscú pues ya llevaban 10 días de viaje y se volvían al día siguiente.
LA VISITAA partir de aquí lo que podamos contar viene en las guías y realmente merece mucho la pena. El primero de los dos días lo dedicamos a callejear por la ciudad empezando por la avenida Nevski, arteria central de varios kilómetros donde se encuentran la mayoría de los palacios y edificios señoriales excluyendo los del extrarradio. La ciudad tiene varios canales por los que pasean barcos llenos de turistas y todos confluyen en el río Neva. Tras un paseo visitamos la iglesia de la Resurrección aunque se le conoce más por El Salvador sobre la Sangre, ya que se levantó en el lugar donde fue asesinado el zar Alejandro II en 1881. Es un tempo impresionante, con todo el interior forrado de mosaico y en el se utilizaron todo tipo de mármoles y piedras semipreciosas. Las fotos que ofrecemos no son tan buenas como las de la guía ya que ellos pudieron hacerla cuando no había nadie y nosotros con el recinto atestado. Por cierto, en todos los sitios además de la entrada hay que pagar un plus para poder hacer foto; tras ello te colocan una peganita en la máquina para que nadie te moleste. ¡Increible! En total son 6.600 metros cuadrados de mosaico y ni una sola obra pictórica.Lo cierto es que en esta iglesia hay que pagar porque oficialmente es un museo, lo mismo que ocurre con todas las que no han sido devueltas a la iglesia ortodoxa. Por el contrario, en la visita a la Catedral de Kazán, también muy interesante, la entrada es libre y presenciamos un culto con coro durante un rato.
Poco después hicimos el amago de visitar el Hermitage, pero una cola kilómetrica nos lo impidió pues llegamos a la conclusión de que no íbamos a poder entrar antes de la hora prevista para el cierre.La mayoría de los turistas eran . Los que van en viajes organizados no tienen problemas, con una entrada especial para ellos.Por tanto, nos conformamos con recorrer su exterior y la enorme plaza del Palacio que junto río Neva encajonan este museo y el palacio de Invierno. Nos llamó la atención aquí la constante llegada de limusinas con novias para hacerse fotos en uno de los extremos del museo. Era un martes y no llegamos a enterarnos si era fiesta o qué pasaba, pues por muy Rusia que fuera suponemos que las bodas se celebran también en fin de semana. No obstante, al día siguiente pasamos por aquí y también vimos una boda, así que no sabemos que pensar.
De aquí nos dirigimos a la catedral de San Isaac concebida como el mayor templo del imperio ruso con sus 101 metros de altura y 40 años de obras (1818-1848). Entre los monumentos similares es el cuarto en altura del mundo detrás de San Pedro de Roma, San Pablo de Londres y Santa María del Fiore de Florencia. Como en estos tres ya habíamos estado y llevábamos una mañanita de iglesias decidimos subir a la torre y dejar la iglesia pues cobraban por separado.
En este sitio se produjo el intento de desvalijar a Ana. Ocurrió como en las películas: cuatro tíos se pegaron a nosotros en un pasadizo frente a un edificio en obras, tanto que me mosqueé. Al salir fuimos a la cola y estos mismos (luego lo supimos) se colocaron detrás. En determinado momento Ana sintió algo y se movió y entonces me dí cuenta que tenía el bolso abierto. Empezamos a gesticular pero Ana insistía en que no le faltaba nada. Yo sabía que sí, pues ví como uno de ellos colocaba algo discretamente en el bolsillo de la chaqueta de otro. En plan tonto, me encaré con este, yo en español y él en ruso daba excusas. Instantes después desaparecieron y nosotros nos quedamos con nuestro nerviosismo. Al poco rato se dió cuenta de que le faltaba la funda de las gafas y la de la cámara de fotos. Era justo lo que tenía encima y después ya venía la cartera con toda la documentación y la PDA. ¡Qué suerte tuvimos!
Pese a ello una cosa de éstas te amarga. A partir de ese momento actuábamos con recelo y siempre con los bolsos apretados. Quizás por eso al día siguiente nos preocupó un paisano que se nos enrolló en la catedral de Kazán hablándonos en español. Era un jubilado y quería dinero, pero preguntas tales como si estábamos solos o en grupo hicieron que nos largáramos al momento. Algo parecido nos ocurrió en Fez (Marruecos) y tenemos claro que no habrá más enrolles de este tipo. Esta es una vista, ya de atardecer , de la zona monumental. Por la tarde nos acercamos a la fortaleza de Pedro y Pablo, situada en una isla frente al Hermitage y dimos un agradable paseo por las murallas.
Precisamente esa noche teníamos previsto ir a un espectáculo de danzas tradicionales rusas pero al comprobar que no había metro y no teníamos claro cómo volver al hotelito por calles poco concurridas a pesar de que no estaba lejos, optamos por la seguridad y a las 10 de la noche, todavía de día, estábamos en la habitación.PETERHOF
El segundo y último día nos acercamos hasta uno de los palacios de los zares del extrarradio. Era la residencia preferida de Pedro I y está a unos treinta kilómetros de la ciudad. Hicimos el viaje en un barco rápido (llamado aerodeslizador, porque prácticamente vuela) por el Neva y en media hora estábamos allí. Es un lugar impresionante, una especie de réplica de Versalles, que te hacerte una idea de como vivían los zares, en medio de la ostentosidad más aparatosa, y hasta entiendes que los soviets los echaran. Tiene nada menos que mil hectáreas el conjunto del recinto en el que hay una veintena de edificaciones. La entrada, con su estanque y numerosas fuentes, ya apabulla. Además existen docenas de fuentes por los jardines y algunos edificios.
Lo más lamentable es que pagamos la entrada, a los jardines por un lado y al palacio por otro, que no es barata, pero en el interior, aparte de mirar su aspecto suntuoso no nos enteramos de nada que no estuviera en nuestra guía de mano. Aunque había que hacer la visita en grupo, resultó que absolutamente todos los guías eran rusos y no hay autoguías, auriculares o folletos de ningún tipo en otro idioma. Es lo que ocurría en la mayor parte de los sitios. Si no entiendes ruso, te fastidias.
El palacio está supercuidado, el suelo es de madera y te obligan a ponerte unos protectores en los zapatos, a dejar los bolsos y también están protegidos las puertas y paredes por las que pasan cerca los visitantes. A mayores, una cuidadora vigila cada sala, todas mujeres de cierta edad y sin uniforme que las identique. En general tristísimas, pasotas o no se sabe muy bien cuál es su estado emocional, pero cualquier cosa menos alegres y simpáticas. En el parque hay un montón de fuentes, tipo las de la Granja, algunas de ellas muy curiosa, como ésta de un acebo rodeado de tulipanes.
Esta otra foto es de la "fuente del banco" que, en realidad, contenía un divertimento, ya que era intermitente, por lo cual los niños se lo pasaban en grande poniéndose en medio y tratando de escapar de los chorros cuando surgían de repente. Esta otra fuente se llama "El Sol".De regreso hubo un pequeño incidente a la hora de tomar el barco. Llegaron dos a la vez y el organizador dijo que en el primero montaba un grupo organizado y después los demás por lo que tendríamos que esperar unos quince minutos. Una familia de israelíes se negó alegando que tenían prisa. Lo hicieron con contundencia y llegaron a forcejear con el personal. La cosa alcanzó cierta tensión y se resolvió tras una llamada telefónica. Pasó la familia israelí... y nosotros, que nos apuntamos al carro en medio de la desesperación del encargado que casi me rompe el ticket en los morros.
CURIOSIDADESEn caso de visitar esta ciudad hay que tener presente que no existen WC públicos (gratuitos) en ningún lugar. Siempre hay que pagar, aunque sea en una estación o en la calle, con la diferencia de que cuentan con vigilantas y limpiadoras. Pero, en general, están hechos un asco y en no pocas ocasiones hay colas para entrar. Tampoco hay problema en comprar algo a cualquier hora. Por la calle veías tiendas de todo tipo con la indicación 24H, desde supermercados a otras ajenas a la alimentación.
Mucho más complicado es pillar un taxi. Además de los oficiales, que vimos muy pocos, los lugareños tienen un sistema paralelo por el cual pagan a conductores privados por hacer un trayecto. Se colocan en el borde de la calzada y hacen un gesto con la mano extendida y los dedos hacia abajo. Normalmente, enseguida se les para un coche y tras una corta negociación llegan a un acuerdo rápido sobre el precio y asunto zanjado. En varias ocasiones comprobamos lo habitual que es pero un poco arriesgado para los turistas.
Nos llamó la atención la presencia por las calles de numerosos militares y policías, gente de uniforme, pero sobre todo cómo pedían la documentación en las cercanías de las estaciones. Lo vimos en varias ocasiones y no precisamente a turistas. Por otro lado, había bastante mendicidad por las calles, sobre todo mujeres muy mayores, una escena realmente penosa. Éstas de la foto vendían flores, frutos secos o golosinas (muy a pequeña escala) en las inmediaciones de la Baltic Station, la foto es de las tres de la tarde y a las nueve y media de la noche seguían allí, enmedio de la acera.Antes de despedir este blog queremos reflejar la imagen de la puesta de sol desde el avión instantes antes de aterrizar en Oporto. Antes habíamos ido desde Tallín a Londres previo viaje en bus desde San Petersburgo a Tallín. Tras pasar la frontera rusa comprobamos, con cierta sorpresa, que se puede ser aduanero y sonreir y ser amable.
¡ HASTA LA PRÓXIMA ! ,